Este mes se cumple un año desde que la vida nos dio, literalmente, un giro de tuerca.
A partir del momento en el que se nos anunciaba de forma «oficial» que un virus había venido a invadir nuestro mundo globalizado -y globalizador-. Un virus de origen, evolución y alcance, desconocidos. Un virus al que había que dar respuesta con inmediatez sumaria, dadas las centenares de vidas que cada día se quedaban en el camino. Un virus que puso a prueba la fortaleza humana y el instinto de supervivencia, en el más amplio sentido de la palabra. Pero también que ha dejado estampas de fortaleza y solidaridad desmedidas.
Un año ha pasado ya desde el primer anuncio aterrador. Y cada cual puede quedarse con la lectura que le plazca. Porque si algo, precisamente, cabe durante este año, es la subjetividad. Una subjetividad pasada por el tamiz de la experiencia individual de ese «cada cual».
Y yo me voy a quedar con una en concreto, a riesgo de parecer políticamente incorrecta. Y en ello me he visto ratificada esta misma mañana -al escuchar la radio- cuando dos personas opinaban sobre qué habría que hacer para frenar de una vez por todas la tasa de incidencia tan alta que, seguimos (aunque la foto salga según «barrios») teniendo en nuestro país. Mientras que, la primera «opinadora» hablaba de quedarnos todos bien recogiditos en casa casi sin pestañear para no resultar afectados, el segundo en verbalizar subrayaba que no se puede seguir así por más tiempo porque es necesario vivir y dar de comer a los niños.
Y es ahora cuando sobreviene la sospechosa incorreción, por mi parte. Porque las medidas de seguridad hay que cumplirlas a rajatabla para garantizar el menor impacto posible pero, es que … como afirmaba mi admirado Mercury en su «The show must go on», la vida ha de continuar. Lo primero es la salud, sin duda, pero también es una cuestión de salud poder retomar nuestra vida cuanto antes.
No creo que la clave esté en contraponer salud o economía. Sino en intentar garantizar que la economía fluya con la máxima de la salud por delante. Y ahí lo dejo, que no es poco decir …
