Algunos profesionales que me encuentro, y que tienen formación superior reciente, sufren de lo que yo llamo el dilema de Shakespeare: “Ser o no ser profesional”
Estos profesionales relatan que se debaten entre realizar una tarea o un proyecto, excelentemente o mediocremente, dependiendo del tiempo que tienen para ejecutarlo. Unos porque son empleados y se ciñen a su jornada laboral y otros porque son autónomos y les debe salir rentable.
La cuestión nos es “ser o no ser profesional”, la cuestión es “saber hacer”, ya que el título académico que tienen les avala “que si lo son”, pero deben aprender a ajustar la teoría aprendida a su quehacer práctico y poner su máxima en el resultado final que quieren y no en el tiempo para ejecutarla, esto sería secundario.
Porque cuando nos ponemos a trabajar, y estamos más preocupados con el resultado final que con el tiempo que tenemos, nuestro cerebro adapta el conocimiento profesional de tal forma que optimiza el tiempo del que disponemos y resulta en un trabajo profesional de calidad. Pero si estamos más preocupados en no dedicar más tiempo del que me pagan o del que es rentable, el trabajo resultante será peor o mediocre, porque aquí nuestro cerebro se pone en modo “contra productivo”, y utiliza parte de los recursos para mantenernos en alerta con el tiempo, y mermando la optimización del ajuste entre conocimiento, tiempo y calidad.