Que los autónomos nunca lo han tenido fácil, no es algo que se le escape a nadie. Que en los últimos tiempos ya constituye una auténtica apuesta de riesgo, tampoco.
Son más de tres millones de personas las que se encuentran registradas en nuestro País en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos. Buena parte de ellos se han abrazado a esta modalidad de emprendedurismo por pura vocación. Pero éste no aglutina el grueso del colectivo puesto que muchos autónomos deciden serlo porque no ven salida real como trabajadores por cuenta ajena.
En cualquier caso, su situación merece cuanto menos una pensada detenida y justa. Los vaivenes de la economía, la vulnerabilidad que padecen por motivo de contar con una protección social sensiblemente menor que la de cualquier otro trabajador, las dificultades para conseguir financiación y el fuerte impacto que medidas como la subida de las cotizaciones sociales o la del Salario Mínimo Interprofesional, provocan que ser autónomo sea una apuesta laboral poco atractiva.
Todo esto debiera incitar a que desde los Gobiernos se considere la situación especial y específica en la que se encuentran imbuidos los trabajadores autónomos, y que esto quede reflejado a la hora de elaborar regulación en materia laboral, a la hora de poner en marcha determinadas políticas activas de empleo, en el momento de establecer herramientas de relación con la Administración, al definir la fiscalidad o velar por su propia seguridad jurídica.
Indudablemente, ser autónomo es una apuesta de riesgo.
