El otro día en una conversación informal con un conocido, surgió el tema de “la política”. Pero no precisamente de los perversos efectos de “la Ley del Sólo Sí es Sí”, o de la rebaja de las penas de los delitos de malversación, cosas ambas tan de moda en boca de la atribulada ciudadanía. El tema era otro que le tocaba mucho más de cerca.
Me exponía -con la sabia percepción de quien ya tiene una edad suficiente como para tener buen criterio-, cómo llegado el final de legislatura empezaban a aflorar en los medios, obras a pie de calle, licitaciones debidamente publicitadas, fotos de posados con la mejor de las sonrisas, anuncios de obras o proyectos faraónicos y compromisos varios.
Y acababa por confesarme que estaba tan cansado de que el mismo ciclo y la misma forma de proceder se diera a horas vista de una campaña electoral, que ya no se creía absolutamente nada.
Sentí una mezcla de pena y rabia porque a sabiendas de la moderación con la que se maneja este talaverano en su día a día, la crítica velada tras el comentario, resultaba más que obvia. Y escuchar cómo una persona de su talante exhibe abiertamente su descrédito hacia la clase política con responsabilidades de gobierno, consiguió removerme.
La ciudadanía introduce cada 4 años su papeleta en la urna para buscar soluciones a sus problemas. Para eso deciden quién quieren que les represente. Para eso pagan sus impuestos. Y lo que menos necesitan encontrar es politíca-ficción. Ésa que queda bien de cara a la galería y que adopta la premisa de abanderar lo que creen que la ciudadanía quiere escuchar. Sino la que actúa por el interés general. En tiempo y forma. No sólo cuando toca votar.