Cada vez se asevera más de forma categórica y se lee menos de forma serena. Se lee cada estupidez, cada sarta de barbaridades amparadas en la mentira, en la desinformación y en la mala fe, que dan ganas de liarse a porrazos con tanto mentecato.
Lo que antes se opinaba en la barra de un bar, bajo los efluvios de varias ingestas alcohólicas, ahora se suelta en redes y en artículos de opinión con absoluta impunidad y desfachatez.
Quiero creer que quienes escriben y opinan por ejemplo de la Memoria Democrática, se han leído las 66 páginas del anteproyecto de Ley de Memoria, y además gozan de los suficientes conocimientos como para entenderlo, y además tienen la honestidad suficiente para no mentir sobre lo que se suponen que han leído y han entendido. Si es así, sinceramente, no entiendo que se digan las tonterías y las barbaridades que se dicen.
Alguien escribió una vez que ETA nació en un seminario, y con el tiempo alguien escribirá sin duda, que el PP y la derecha en general se alimentó de ETA hasta la nausea.
Los ignorantes sin vergüenza son perniciosos. Los que saben pero mienten sin ningún escrúpulo, solo son unos sinvergüenzas. Y hay mucho de los dos.
Si alguien no se fía de lo que yo digo, le sugiero que vaya a las fuentes, pero no se dejen engañar por quienes no hacen más que repetir consignas como un disco rayado sin saber ni entender ni importarles nada la verdad de lo que dicen.
Entiendo que es más fácil leer titulares de la prensa adepta que tomarse el esfuerzo de ir a los hechos. Pero si estamos dispuestos a fiarnos de lo que nos digan, debemos estar dispuestos a que nos digan que mentimos, que no sabemos de lo que hablamos y que somos unos sinvergüenzas. Es lo que hay.
