Los derroteros de la política nacional no parecen reflejar el sentir del común en la calle. La autónoma que cada día sube con mayor dificultad el cierre de su local, el padre de familia que ha de pagar cada día más cara la botella de aceite de oliva en el supermercado, el joven que no encuentra un piso que poder alquilar para comenzar con su proyecto de vida, el usuario que desespera porque lleva más de un año en lista de espera para que le sea practicada una prueba diagnóstica con la que conocer el origen de su dolencia y enfermedad, el cada día más paupérrimo e ideologizado currículum educativo de nuestros educandos, o el anciano que pacientemente aguarda la valoración de su situación de dependencia y correspondiente derecho de prestación.
No, definitivamente la política nacional no parece hacerse eco de lo que a la población realmente le ocupa … y le preocupa. Lejos de eso, desde las altas instancias se está más centrado en el execrable beso posiblemente no consentido a una deportista, en el uso irrisorio de pinganillos en el Congreso de los Diputados, en gastar cantidades ingentes de dinero público en anuncios sobre Correos o el Ministerio de Igualdad para blanquear la pésima y más que reprochable gestión de quienes están al frente de ambos y en el relato de profuso ornato para desmerecer la actitud de quienes exigen el cumplimiento de las Leyes, la Constitución, la integridad territorial y la igualdad entre españoles.
Pero no se confundan, señores de la política nacional, si los españoles parecen adormecidos no es porque el País vaya tan bien que no tienen motivo para emitir cuita, sino precisamente por todo lo contrario: es porque la fatiga es de tal magnitud, que ya hasta las fuerzas parecen fallar. Pero no se confíen demasiado, no sea que vayan a topar con la realidad cuando menos se lo esperen.