Lo normal es lo cotidiano o habitual, lo que nada tiene que ver con lo bueno o deseable. Sin embargo, hay un gran deseo de volver a la normalidad, sin pararnos a pensar que la normalidad de unos es muy distinta a la de otros y que algunas normalidades son absolutamente rechazables.
Lo normal en política, en los últimos años, es encontrarnos con insultos, desprecios, arengas absurdas, discursos rancios, locos guiando a ciegos y un montón de gente insulsa elevando la voz para disimular su falta de ideas y propuestas. Esta es la normalidad hoy, aunque no siempre fue así.
Se ha hecho normal que unos pocos decidan y unos muchos acaten sumisos y complacientes. Se ha hecho normal que los que deciden sean mediocres ambiciosos y sin escrúpulos y que los capaces se vean despreciados o silenciados por el ruido.
Es normal que las cuestiones de Estado, lo que importa, desaparezcan cuando se impone lo mediático y si habla a golpe de “zasca”. Lo normal a veces es mejor abandonarlo y progresar.