Hace mucho que la política ha sido arrinconada en favor de la imagen. Pero no hablo de la imagen como fruto del trabajo y de la acción, sino la imagen como único objetivo, limpia de polvo y paja, sin nada más que una escenificación hueca que solo pretende vender sin ofrecer nada a cambio.
A medida que los cargos políticos han ido ocupándose por la mediocridad imperante, ha tomado fuerza y vigor la presencia de una pléyade de asesores y directores de imagen que han eliminado cualquier posibilidad de veracidad. Su existencia se basa en la más absoluta nadería y su clientela es gente con más ambición que inteligencia que en el mejor de los casos, acierta cuando se rodea de alguien mínimamente capaz que impregna de cierta sustancia y transcendencia su trabajo. Pero esto, es casi ciencia ficción.
La realidad es que demasiados vividores sin oficio ni criterio se han subido al carro de la palabrería vacía y se proclaman expertos en comunicación y transmisión de ideas. Vendedores de humo.