Javier Gil y Javier Gil.
Pocos lugares hay en Talavera tan entrañables y castizos como la plaza del Río. Plaza que no lo fue siempre porque antaño hubo un caserón en su centro. Ya sin embargo, desde antaño fue una de las entradas a Talavera, aquella que nos comunicaba con Córdoba a través de la Jara, las tierras despobladas de la Siberia extremeña, de Almadén y Sierra Morena. La Puerta del Río debe su nombre a ser entrada desde el puente Romano que atraviesa el Tajo. Durante años esta plaza ha servido de asiento a los viandantes y vecinos que escuchan el trino de los pájaros al atardecer. Era hora de remodelarla y embellecerla. Durante la pasada legislatura se realizó un proyecto que, en vez de reservarla para viandantes, para la contemplación de la historia y el descanso, la convertían en un aparcamiento de coches en pleno casco antiguo; en plena zona de bajas emisiones.
El actual equipo de gobierno no ha podido hacer mucho por devolverle su espíritu talaverano, pero algo se ha movido. Sin embargo, cuando se abra esta plaza, seguirá siendo un “parking” gratuito para ocho o nueve de coches. Las soluciones para los cascos antiguos deben ser drásticas y promover la belleza del lugar. Esta plaza que debería haber sido peatonal y si acaso con una salida a la Ronda del Cañillo, va a seguir siendo igual de feúcha pero empedrada.
La plaza del río merecía ser libre de coches para que los ancianos cuenten sus historias a los niños que jueguen entre los naranjos recién plantados o mediten sentados en bancos de cerámica o al murmullo de una fuentecita. En el suelo se debía haber marcado con piedra de distinto color la huella de la muralla y su puerta que un día surgió hermosa frente al Tajo. Esta raquítica solución al aparcamiento de cuatro coches podría haberse solucionado con la apertura del antiguo y clausurado recinto vial, al lado del aparcamiento del río y en el que cabrían docenas de vehículos. Preferimos aparcar en la puerta de casa, y si pudiéramos incluso dentro del vestíbulo, a caminar cincuenta míseros metros y todo a costa de la belleza y la paz de una plaza de ensueño.
Por Javier Gil.