Desde tiempos ancestrales el miedo ha sido el propulsor de la evolución. Comenzando con el primer organismo que evolucionó por no querer ser alimento de organismos más grandes; siguiendo por los neandertales que cazaban para no ser cazados; hasta llegar a nuestros tiempos donde el miedo ha adoptado nuevas formas y se oculta al acecho de causar nuevos males.
El hombre es el primero que se deja dominar por el miedo, y es quizás gracias a esto que se han creado grandes cosas. Pero su verdadera forma, la vemos claramente en los animales. Cuando una madre tiene sus crías, las protege y cuida, como si fueran partes de ella misma, y ataca cuando algo se acerca por miedo a que se lleven lo más preciado que tiene, incluso si es el propio padre el que hace el amago de arrimarse a ver a sus hijos. Y no nos parece raro, nos parece de lo más común. Pero cuando son personas humanas las que tienen estos comportamientos tan primitivos, no somos capaces de sentir ni un ápice de empatía. Ni se nos pasa por la cabeza por qué habría de hacer eso si siempre hay mejores opciones.
Hoy día el miedo en su estado más crudo es difícil encontrarlo. Muta, varía y se gradúa para ser justificado. Nos es más común, ver a políticos atacarse verbalmente, ver estrellas de pop arruinar las carreras de otras por rumores, a que un país ataque otro matando a millones de personas porque “es mejor atacar que ser atacado”. Es más fácil atacar a los débiles que ser el débil.
Mucha gente acaba en la cárcel por defenderse de sus atacantes, y aún así los miramos con malos ojos por haber cometido tal falta contra otra persona. El miedo nos corroe y actúa de distintas maneras en diferentes situaciones, y nosotros deberíamos aprender a diferenciarlo.
Con esto, no quiero justificar las actitudes que adoptan ciertas personas en situaciones de peligro extremo. Pero uno se tiene que mirar a sí mismo y pensar si no es mejor dominar ese miedo que atacar a otros y hacer daño. Y aún así, sin miedo no habría evolución.
Por Ash Rodrigues.
