Las Navidades en Talavera no serían las mismas sin el tradicional puesto de zambombas y al frente de él, su vital propietaria, Rosa, “la madrileña”. Todos la recordamos con su kiosko adornado de zambombas, panderos, panderetas y sonajas, alumbrado bajo las ramas desnudas de los árboles frente al antiguo Mercado de Abastos, muy cerca del peso que funcionaba con monedas (igual que el que había en la desaparecida Estación de Autobuses). Sin duda, la Navidad no llega a Talavera hasta que Rosa instala su puesto.
Gracias a ella, talaveranos y visitantes han tenido la oportunidad de adquirir el instrumento característico de estas fiestas: la ruidosa pero siempre entrañable zambomba, hecha de manera totalmente artesanal de barro y piel de cabra. Sin olvidar, por supuesto, el original pandero, también de elaboración casera.
Ahora, Rosa, a sus casi 85 años, nos recibe en su puesto ubicado este año por primera en la céntrica Plaza del Reloj. Al verla, una gran duda surge: ¿cómo es posible que aguante ahí sentada con el frío que hace en Talavera en invierno? La respuesta tiene doble truco.
El primero es la propia vitalidad de Rosa. “Regentar el puesto me da la vida. Seguiré hasta que me muera”, declara rotunda, “para mí es una forma de mantenerme activa”. El segundo truco es un auténtico brasero de picón, como los de antes. Sin duda, nuestra protagonista es una mujer genuina, sabia y apegada a lo tradicional que, a veces, es la mejor opción.
Más de 60 años trayendo a Talavera el sonido de la Navidad
Todo buen festejo navideño requiere del instrumento estrella: la consabida zambomba. A pesar de su sencillo mecanismo, no todo el mundo sabe tocarla. “La gente piensa que hacer sonar una solo es una cuestión de que haga ruido”, declara sonriente Rosa, “no es eso. Tiene su forma para que se convierta en un sonido que acompañe a la letra de los villancicos y al resto de instrumentos”. Sabe de lo que habla. Sus más de 60 años al frente del puesto la avalan. Pero no solo eso. También participa de la elaboración de sus zambombas.
“Hacer una zambomba requiere mucho tiempo y conocer la técnica del curtido de la piel. Se encarga el cuerpo al alfarero, se recogen y se dejan secar las cañas y se preparan las pieles, normalmente de cabra o cordero”, explica la vendedora. La técnica del encurtido exige lavar en cal para que el pelo del animal se ablande y pueda ser después, no sin esfuerzo, raspada hasta eliminarlo para que quede el curtido que vemos en la zambomba y que le da su peculiar sonido. “Ahora es mi hijo quien se encarga de fabricarlas, con mucho esfuerzo y dedicación pero yo tampoco me echo atrás. A regañadientes, mis hijos me tienen que dejar sacar las pesadas pieles mojadas aunque no quieran”, afirma tajante, “lo hacía junto a mi marido y también lo haré ahora”. Su familia se encarga igualmente de hacer los panderos.
Según cuenta Rosa, hubo un tiempo en que los compraban a un artesano de Valencia pero, con la subida de precio y sin margen para beneficios, su marido aprendió a fabricarlos. “Las sonajas del pandero las fabricamos a partir de latas hasta darles su forma. Mis hijos participan aún de ello por mí. Ellos saben de mi vínculo con mi kiosko de zambombas”, declara, “hace tres años que falleció mi marido. Podría haberlo dejado entonces pero no puedo. Es parte de mi vida”.
Una tradición que pasa de abuelos a nietos
Aunque pudiera parecer lo contrario, la venta de zambombas sigue y son los abuelos quienes acercan a sus nietos al puesto para enseñarles el objeto. Hubo un tiempo en el creyó que podría perderse la tradición. Sin embargo, reconoce que ahora ha vuelto el interés. “Se venden más las zambombas pequeñas o las que hacemos con botes porque de romperse el disgusto es menor”, declara con una sonrisa. Al final, cuando alguien compra una de sus zambombas o panderos está dándole valor a trabajo de su familia para elaborarlos, una tarea que empieza en verano.
Rosa se quedó huérfana de padre y madre siendo una niña y tuvo que aprender a ganarse la vida. Así empezó en la venta ambulante. Dependiendo de la época del año así eran los productos que vendería. Junto a su hermana, también regentó el Bar La Madrileña, otro de los lugares míticos de Talavera, famoso en la comarca por sus ricos bocadillos de calamares. Además, de las zambombas, también hay otro producto típico que, sin elaborarlo ella, tiene su sello original: las tradicionales caridades. Las sigue vendiendo por las festividades de San Blas y San Antón, ella no las hornea pero la receta es suya.
Sin duda, Rosa “la madrileña” no sólo es una institución en Talavera, es también una mujer con determinación que ha sorteado la vida con esfuerzo y sacrificio.
Puedes visitar el puesto de Rosa en la Plaza del Reloj de 9:00 a 20:00 horas. ¡No dejes pasar la oportunidad!