Cierto es que los números, números son. Pero también que a poco que uno esté dotado de mucha palabrería y nulo escrúpulo, puede conseguir maquillar las cifras con una indecencia que ponga al más incrédulo los pelos como escarpias.
Es el caso precisamente de la Sra. Calviño al frente de la cartera ministerial de Economía, intentando exhalar un infundado optimismo sobre las previsiones de crecimiento para el próximo año.
Tras su dulce sonrisa, se maquillan vilmente los datos reales. Datos macroeconómicos que, fuentes como el FMI o el Banco de España, desmontan de un plumazo pero que el PSOE -experto en prestidigitación mediática- pretende adornar con soflamas electoralistas.
Mientras que estos organismos, a quien nadie en su sano juicio, osaría poner en duda por su rigor y pulcritud técnica revisan a la baja el porcentaje de crecimiento para el 2023, desde el PSOE nacional se agarran al eslogan de campaña de que “España crecerá más que otros países de la eurozona”.
Y yo me pregunto: ¿Cómo no va a ser así? Si hemos sido el País que ha encabezado una de las mayores caídas del Producto Interior Bruto en el ejercicio pasado, en comparación con las otras economías avanzadas de nuestro entorno. Es una cuestión casi de Física -en este caso numérica- en cuanto a que cuando se toca “fondo” lo único que puede pasar es que rebotemos hacia arriba.
En cualquier caso, la preocupación que subyace a esta irreal previsión en el crecimiento de nuestra economía a corto plazo, ha de trasladarse a la inminente aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. En román paladino, el Gobierno sanchista se va a comprometer a gastar un dinero que no conseguirá con sus ingresos si la economía no termina de despegar.
Ya se lo han dicho bien clarito desde el Círculo de Empresarios, tachando los próximos PGE de “ejercicio de imprudencia cortoplacista”.
Pero lejos de escuchar a quienes crean riqueza en España, el gobierno progresista elige devenir por la senda populista y maniquea del mantenimiento del Estado de Bienestar, para ir abonando el terreno de esta interminable y tediosa campaña electoral que protagoniza, y en la que lleva anclado desde que formó Gobierno. Porque siempre resulta más sencillo desparramar con pólvora ajena que responsabilizarse de gestionar adecuadamente la cosa pública.