En la tarde de ayer, lamentablemente se derrumbó parte del tercer nivel de la casa de los canónigos. Este edificio de origen medieval lleva en ruinas. Durante muchos años diferentes gobiernos. Han intentado poner en práctica la recuperación del edificio y después de ser adquirido por el ayuntamiento. Hace unos años. El año pasado se tomaron algunas medidas en la zona este para evitar problemas. Sin embargo, estas medidas no han sido suficientes y la parte superior del edificio ha caído debido al mal estado en el que se encontraba. El edificio es mundialmente, conocido por aparecer, en el último poema del libro del buen amor del arcipreste de Hita, en el que habla de los canónigos De La colegial de Talavera y que fue escrito en el siglo XIV. Ahora solo cabe esperar que todas las administraciones se pongan en marcha para su rápida rehabilitación y puesta en funcionamiento.
Durante años se ha intentado su rehabilitación, Durante el Gobierno de Carriches se quiso negociar con el dueño anterior una cesión al Ministerio de Hacienda para hacer un Parador de Turismo. Posteriormente se ha hablado de usarlo como Museo de las Tierras de Talavera o como una Hospedería.
Poema de los Canónigos de Talavera, de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita año 1330
Allá por Talavera, a principios de abril,
llegadas son las cartas de Arzobispo don Gil,
en las cuales venía un mandato no vil
que, si a alguno agradó, pesó a más de dos mil.
Este pobre Arcipreste, que traía el mandado,
más lo hacía a disgusto, creo yo, que de grado.
Mandó juntar Cabildo; de prisa fue juntado,
¡pensaron que traía otro mejor recado!
Comenzó el Arcipreste a hablar y dijo así:
-“Si a vosotros apena, también me pesa a mí.
¡Pobre viejo mezquino! ¡En qué envejecí,
en ver lo que estoy viendo y en mirar lo que vi!”
Llorando de sus ojos comenzó esta razón:
Dijo: -“¡El Papa nos manda esta Constitución,
oS lo he de decir, sea mi gusto o no,
aunque por ello sufra de rabia el corazón.”
Las cartas recibidas eran de esta manera;
Que el cura o el casado, en toda Talavera,
no mantenga manceba, casada ni soltera:
el que la mantuviese, excomulgado era.
Con aquestas razones que el mandato decía
quedó muy quebrantada toda la clerecía;
algunos de los legos tomaron acedía.
Para tomar acuerdos juntáronse otro día.
Estando reunidos todos en la capilla,
levantóse el Deán a exponer su rencilla.
Dijo: -“Amigos, yo quiero que todos en cuadrilla
nos quejemos del Papa ante el Rey de Castilla.
“Aunque clérigos, somos vasallos naturales,
le servimos muy bien, fuimos siempre leales
demás lo sabe el Rey: todos somos carnales.
Se compadecerá de aquestos nuestros males.
“¿Dejar yo a Venturosa, la que conquisté antaño?
Dejándola yo a ella recibiera gran daño;
regalé de anticipo doce varas de paño
y aún, ¡por la mi corona!, anoche fue al baño.
“Antes renunciaría a toda mi prebenda
y a la mi dignidad y a toda la mi renta,
que consentir que sufra Venturosa esa afrenta.
Creo que muchos otros seguirán esta senda.”
Juró por los Apóstoles y por cuanto más vale,
con gran ahincamiento, así como Dios sabe,
con los ojos llorosos y con dolor muy grande:
-“Novis enim dimittere -exclamó – quoniam suave!-”
Habló en pos del Deán, de prisa, el Tesorero;
era, en aquella junta, cofrade justiciero.
Dijo: -“Amigos, si el caso llega a ser verdadero,
si vos esperáis mal, yo lo peor espero.
“Si de vuestro disgusto a mí mucho me pesa,
¡también me pesa el propio, a más del de Teresa!
Dejaré a Talavera, me marcharé a Oropesa,
antes que separarla de mí y de mi mesa.
“Pues nunca tan leal fue Blanca Flor a Flores,
ni vale más Tristán, con todos sus amores;
ella conoce el modo de calmar los ardores,
si de mí la separo, volverán los dolores.
“Como suele decirse: el perro, en trance angosto,
por el miedo a la muerte, al amo muerde el rostro;
isi cojo al Arzobispo en algún paso angosto,
tal vuelta le daría que no llegara a agosto!”
Habló después de aqueste, Chantre Sancho Muñoz.
Dijo: -“Aqueste Arzobispo, ¿qué tendrá contra nos?
Él quiere reprochamos lo que perdonó Dios;
por ello, en este escrito apelo, ¡avivad vos!
“Pues si yo tengo o tuve en casa una sirvienta,
no tiene el Arzobispo que verlo como afrenta;
que no es comadre mía ni tampoco parienta,
huérfana la crié; no hay nada en que yo mienta.
“Mantener a una huérfana es obra de piedad,
lo mismo que a viudas, ¡esto es mucha verdad!
Si el Arzobispo dice que es cosa de maldad,
¡abandonad las buenas y a las malas buscad!
“Don Gonzalo, Canónigo, según vengo observando,
de esas buenas alhajas ya se viene prendando;
las vecinas del barrio murmuran, comentando
que acoge a una de noche, contra lo que les mando.”
Pero no prolonguemos ya tanto las razones;
apelaron los clérigos, también los clerizones;
enviaron de prisa buenas apelaciones
y después acudieron a más procuraciones.
Por Javier Gil.