DE PROFESIÓN MINISTRO
Sería tremendamente fácil caer en la tentación de utilizar “el relato” para tratar de explicar la conducta del ministro Garzón. Pero me voy a resistir a ello.
Esta cartera ministerial sin competencias –pero que nos cuesta un pico a los españoles-, y que no es otra cosa que el mero pago del presidente Sánchez para que los podemitas entraran en una coalición que le permitiera gobernar, resulta ser de todo menos productiva ni garante de los intereses de nuestro País.
Porque su titular, el señor Alberto, autoproclamado de verbo comunista, político de profesión y sectario de vocación ha demostrado durante estos dos años de legislatura más de lo que nos hubiera gustado ver a quienes le pagamos el escaño con nuestro sudor.
No hago crítica a sus ideas, porque cada cual tiene legítimamente las suyas. Ahora bien, cuando alguien ocupa un puesto de responsabilidad, pagado con dinero público y exhibe de manera reincidente una forma de proceder errática y contraria a los intereses generales… ya sí tengo todo el derecho del mundo a exigir responsabilidades como ciudadana.
Porque lo menos que se le puede pedir a un ministro es que tenga un mínimo de decencia para pisar calle, empaparse de conocimientos veraces y dejar de lado sus opiniones personales. Éstas mejor reservarlas para cuando uno se toma una cerveza en el bar de abajo, pero no cuando se está en posesión de una cartera en el Ejecutivo central.
No digo yo que no haya que dar el todo por el todo por preservar nuestro Planeta, por hacerlo más sostenible y amable para las generaciones futuras. Ni tampoco que podríamos mejorar ciertos hábitos y prácticas que nos harían bien a nosotros y a nuestro entorno. Pero lo que hace el señor Garzón es algo muy distinto. Mi pregunta es ¿para qué y a quién beneficia ejerciendo de desinformador?
Y lo más flagrante, frente a él tenemos a un PSOE callado como una puerta, no sea que alguien se vaya a dar por ofendidito y rompa relaciones de forma prematura.