A varios meses de la próxima celebración de las elecciones europeas, estamos presenciando cómo algunas políticas -elaboradas desde lo ideológico- se están dando de bruces con la respuesta legítima de la ciudadanía.
Respuesta que, presumiblemente tendrá su correlato -o al menos así lo esperamos quienes todavía confiamos en el sentido común y buen criterio de los electores europeos- en el color de la papeleta que se introduzca en la urna en los próximos comicios.
Son varias las cosas de las que estamos siendo espectadores en los últimos meses. Primero: sabemos que ya son ocho los países de la Unión que se han cuadrado en el Parlamento europeo y han puesto objeciones fundadas a las exigencias de cumplimiento para el 2030 de la Ley de Restauración de la Naturaleza. Hungría, Finlandia, Suecia, Países Bajos, Austria, Polonia, Bélgica e Italia… ¿Estarán todos ellos equivocados?
Segundo: hasta los ecologistas comienzan a sumarse a la petición de no cerrar las nucleares, viéndose cómo se ha visto que producen energías limpias, no tan contaminantes ni tan dependientes de la situación climatológica.
Tercero: Europa recula muchas exigencias introducidas en la Política Agraria Común ante las manifestaciones de quienes viven del campo y son la despensa de nuestros hogares.
¿Serán todos ellos negacionistas? Miren ustedes, lo dudo mucho. Quizá lo que ocurra es que la realidad sobre el terreno comienza a imperar sobre la ideología de las mentes burocratizadas que se rigen por una estrecha visión de túnel.