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viernes, noviembre 22, 2024
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Mi Padre

Genaro vio la luz en un terrible día agosto de 1936. La Guerra Civil acababa de comenzar y no pudo ser bautizado ya que las iglesias habían sido saqueadas y cerradas. El 3 de septiembre, con el agua de un pozo, fue consagrado a Cristo cuando las tropas nacionales entraron en Talavera. Sobrevivió a los bombardeos republicanos salvado por su tía Agustina, quien recogió al niño llorando de la cuna entre los obuses y el fuego que destruyeron la calle San Ginés.

Gracias a Dios, mi padre no recordaba la Guerra. Mi abuelo Teo tenía negocios y eso le permitió pasar una infancia feliz para la época. Empezó a jugar al fútbol y a bañarse en los arenales de un Tajo limpio y cristalino. Fue al colegio con el profesor Nicolau y ayudaba a mi abuelo en las barras de los ambigús de los cines y en el afamado bar el Jardín. “El primero que trajo marisco a Talavera” – Decía. Con diecinueve años, se fijó en una chica preciosa que trabajaba en Trigo y se juró que tendría que estar con ella para toda la vida. Mi madre, Carmen, más joven que él, casi una niña, también se enamoró y salvando muchos problemas cumplió sus expectativas. Han estado juntos sin separarse un solo día, durante 66 años hasta el momento en el que cogiéndole la mano se despidieron diciéndose piropos y palabras de amor como si hubieran empezado a ser novios ayer mismo.

El fútbol fue su pasión. Su segunda novia, eso sí a mucha distancia, porque lo principal fue siempre mi madre. Decidió dedicarse al arbitraje y cada fin de semana pitaba en todos los campos de Castilla la Nueva.

Como buenos talaveranos, iniciaron negocios juntos, su tienda de confección hecha a mano fue un referente en la ciudad; trajes de caballero, alta costura, trajes de novia y hasta muñecas de trapo. Mis padres se casaron un 21 de mayo de 1962 y comenzó para ellos un calvario de médicos para que yo y mis hermanos pudiéramos nacer. Al final decidieron emigrar a Alemania para ganarse la vida y dar a mi madre el tratamiento de fertilidad que necesitaba. Nunca se arrepintieron de marchar al precioso pueblo de Schonach, conocieron cientos de amigos de toda Europa, aprendieron a hablar alemán e italiano y mi madre recibió el tratamiento que ha hecho que hoy día, pueda estar escribiendo este artículo.

En 1972 volvieron a España y mi padre se hizo cargo de la tiendecita de los bloques delante de los institutos desde donde repartió miles de bocadillos a casi todos los niños y niñas que hoy son hombres y mujeres en Talavera. Inventó el marketing de telenovela, fidelizando a sus clientas con las historias de “La Luci”, una hipotética señora millonaria que vivía en Marrupe y que todas querían conocer, pero siempre se había marchado diez minutos antes de que llegaran a hacer la compra con los mejores productos de su Talavera.

Y el fútbol, siempre el fútbol… mientras fue árbitro sólo era del Talavera y la Selección Española. Y tras recibir su forzosa jubilación deportiva (él quería seguir siendo árbitro tras los 48 años) recibió la medalla de oro del Comité Castellano de Árbitros de Fútbol. Luego fue presidente de los árbitros de la provincia e informador nacional. A partir de entonces como no podía ser de otra forma fue del Atleti.

Generoso como él solo, seguía dando bocadillos a los niños. Muchos gratis cuando no tenían dinero o cuando iban los gitanillos y le decían “Señor Geranio, deme usted una rulaja de chopped que hoy no he comido…” Solo dejó de ir a los partidos por trabajar para podernos pagar los estudios a sus hijos y por comprar un ramo de rosas a su mujer.

Dios quiso que el 28 de mayo se marchara de nuestra vida terrena, agarrado de la mano de sus hijos y de su Carmen a la que siempre dijo que era el único y gran amor de su vida. Todos lloramos y hasta las enfermeras de otros turnos fueron a despedirse de él, pero nos dejó serenidad, paz y un amor tan grande que ni los mayores poetas de la Tierra podrían describir.

Hasta luego papá.

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