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viernes, noviembre 22, 2024
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Al calor del amor en un bar

Ya lo decía Gabinete Caligari en su canción que, confieso, me encanta y evoca recuerdos musicales de décadas pretéritas, pero también, nostalgia de un presente que la pandemia actual parece habernos querido arrebatar.

Y es que “Los bares, qué lugares, tan gratos para conversar. No hay como el calor del amor en un bar”. Los bares del barrio, los del “casco”, el de la esquina donde quedar, el de echar la partida el domingo, el del delicioso café, el de moda, el solitario, el del “pincho de tortilla”, el de la oferta de tostada y zumo de naranja por la mañana, los de la buena música de fondo, el único del pueblo, el de las cañas de después de misa, el de Paco mi vecino…

Cada cual donde se quiera reconocer, pero lo cierto es que son parte de nuestro día a día y de nuestra propia identidad. Son auténticos lugares donde disfrutar de nuestro ocio y de las relaciones humanas en un ambiente distendido. Por tanto, fragmento indispensable del puzzle que constituye nuestra forma de “vivir con” y “vivir en” la sociedad.

¿Cómo encajaría Aristóteles su premisa de que el hombre es un animal social, a la vista de los acontecimientos?  Porque la necesidad de mantener la distancia social  -y por ende- los contactos, han provocado que sectores dónde se es más proclive a socializar, sean desplazados -al menos, durante lapsus de tiempo marcados por las Administraciones sanitarias-, de nuestros hábitos.

Y ése es, precisamente como el que más, el caso de los bares. Cerrados como han estado, durante semanas. O con restricciones horarias, espaciales y de aforo, las semanas restantes. Y así, durante muchos meses.

Meses en los que, no sólo hemos visto cómo se resentían nuestras prácticas sociales, sino que además, y en desgraciadamente demasiados casos, sabemos que no volveremos a poder vivenciar.

Porque Paco, mi vecino, ya no va a volver a levantar el cierre de su bar. El COVID ha acabado con sus escasos ahorros. Las líneas ICO que, en teoría, podían ayudarle a financiar los gastos que no podía asumir, resultan poco menos que irreales ya que lo que hacen es generarle más deuda.

Porque las ayudas directas no llegan o, sencillamente, resultan irrisorias. Porque a Paco le cuesta entender cómo tiene que seguir cumpliendo fielmente con sus obligaciones fiscales, cuando no puede trabajar con normalidad y es que, en las últimas semanas no ha abierto la caja para facturar ni un euro, porque no ha podido servir ni un solo café. Ni tampoco alcanza a entender por qué no se adecúan esas obligaciones, en forma proporcional, a las consecuencias económicas que acarrean las propias restricciones.

Ni que decir tiene que, ni la inversión hecha para acondicionar su local, la mascarilla que diligentemente porta su camarero y, la impecable limpieza de la silla y la mesa en las contadas ocasiones en que he podido ir a tomarme un vino, han sido suficientes para no tener que cerrar.

Paco ha cumplido a pie juntillas, como no podía ser de otro modo, con las recomendaciones y las obligaciones que le marcan desde Sanidad, pero mira con tristeza e incertidumbre los nubarrones del futuro más inmediato. Porque piensa, como la mayoría de aquellos con los que alterna en la virtualidad que ofrece la telefonía que, el virus -ese bichito que nos está amargando la existencia a todos-, ha venido a quedarse durante un tiempo. Y que habrá que seguir conviviendo con él. Y adaptarnos a él, pero no así, porque hay que seguir viviendo.

Y hemos de volver a sentir el calor del amor en un bar.  

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