Nunca he pensado que probar nuevos sabores y texturas fuera un problema. De hecho, es una actitud más que interesante a poco que uno viaje. También tener la misma apertura mental para decantarse en el súper por productos que provienen de otras latitudes y con los que podemos disfrutar tanto o más que con aquellos otros oriundos.
Lo que ya no convence en absoluto es el empecinamiento de la progresía que nos gobierna. Empeñada en que cambiemos el filete de ternera por una cucharada de grillos fritos con arroz, o unas galletas de chocolate por otras hechas de harina de este animalito tan grácil. O que nos hinchemos a orugas gruesas como nuestro dedo corazón, en vez de elegir pipas de girasol de toda la vida mientras vemos una peli.
Todo con el argumento de venta de su alto contenido proteico, de sus grasas “buenas” o de su elevado contenido en calcio, hierro y zinc.
Pero más allá de esto, lo que parece existir son las denodadas ganas de acabar con la ganadería extensiva de nuestro País, bajo el prisma de que ésta consume gran cantidad de insumos agrícolas como el agua y es muy perjudicial desde el punto de vista medioambiental.
Prueba de ello son las campañas publicitarias, la negativa a bajar el IVA de los productos cárnicos para lograr reducir su consumo o los palitos en las ruedas impuestos a nuestro campo ahogando cada vez más su existencia presente y futura.
Me gustaría ver qué consumen Sus Señorías en la intimidad de su hogar. Pero dudo muy mucho, que sea un escarabajo del estiércol emplatado.
