No. El término no es mío. No tendría la cara dura ni el suficiente desparpajo para destilar tal sectarismo de moqueta.
La expresión es de la asamblearia madrileña Mónica García. Diputada del grupo político de izquierdas Más País, más conocida por su retorcida, desfasada y desnortada retórica, que por su conocimiento real e interés general por ayudar a la ciudadanía.
Aludía en uno de sus discursos a las “becas cayetanas” para referirse a las ayudas educativas que desde la Comunidad de Madrid se destinan a las familias. Sin tener en cuenta que el 94,2% de ellas se han destinado a familias con renta per cápita menor a 20.000 € anuales.
No voy a entrar a valorar ni la idoneidad de las becas, ni el baremo de corte, ni las cuantías de las ayudas. No me corresponde. Ni tan siquiera me afecta el tema, porque entre otras cosas, no resido en la comunidad madrileña.
Ahora bien, cuando escucho los discursos de esta izquierda casposa y sectaria que coloniza las instituciones, enarbolando la bandera de “proteger a los más débiles” mientras se enfatiza una supuesta lucha de clases, se me ponen los pelos como escarpias. Mi disgusto nada tiene que ver con mostrar solidaridad hacia las personas vulnerables. De hecho, todo lo contrario. Pero lo que no se puede es demonizar y denostar a quienes con sus impuestos contribuyen directamente a que se puedan poner en marcha determinadas medidas sociales.
La izquierda en nuestro País está tan volcada en medrar en los puestos de poder, que a menudo olvida que somos muchos los millones de españoles que, acogotados como nos tienen por la presión fiscal a la que estamos sometidos, también necesitamos tomar aire para llegar a fin de mes.
Pero, claro, –piensan ellos desde sus ostentosos despachos oficiales- les aportamos menos rédito electoral. Aunque sólo sea por eso, no necesitamos que se nos preste tanta atención.